He aquí, Guzmán, que se aprovecha
de los pétalos de las amapolas
para consumirlas como si fueran
hojas de papel,
haikus escritos con los propios tallos
y firmas con pistilos.
No es un trabajo cualquiera,
de él se componen el campo,
ternura y dedicación
que sólo unos cuantos entienden,
comparten y admiran,
los demás, con su paroxismo habitual
hablan de las amapolas,
las describen en temibles libros absurdos,
pedantes de tinta seca,
que en su torno de papel
se enorgullecen de sus redundantes palabras
agrias y vacias
como si de una bocanada de vómito se tratase.
Además,Guzmán, no se atreve a vender
sus haikus, el sólo se dedica a destrozar las amapolas
bajo la atenta mirada del sol.
No piensa en publicar,
ni en ganar dinero de ello.
Sólo piensa en hacer una metáfora de la vida,
tan pesada como un puño de acero
de Myke Tyson.
Su figura se desintegra entre las lilas y las margaritas.
Su criterio se diluye entre la tierra,
y él, vuelve al lado de los suyos,
con los restos plomizos de los pétalos
en el torso de sus dedos.
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